Jerez ha sacado hoy del olvido una de las joyas del patrimonio de la arquitectura de hierro en Jerez. Se trata, a juicio de los expertos, de uno de los pocos ejemplos del noble arte de la fundición que quedan en la ciudad; aquellos que arquitectos tan afamados como Hernández Rubio pusieran de moda en Jerez y que hoy por hoy marcan una impronta única y singular de la arquitectura civil de la ciudad, más evidente en los templetes históricos que aún hoy conserva el parque González Hontoria.
El templete-merendero que allá por principios del pasado siglo hiciera las delicias de la clase burguesa de la ciudad en las inmediaciones del mencionado parque y posteriormente en la Casa Espiritual del Padre Damián, en la carretera de la Cartuja, a la cual le fue donado por sus antiguos propietarios, la familia García Paz, ha sido rescatado y rehabilitado por el Ayuntamiento para goce de todos en los jardines de la Alameda Vieja, sumándose así a los recursos turísticos de la zona.
Por aquellos tiempos de bonanza, hoy lejanos no sólo desde un punto de vista temporal, era cuestión bastante común el poseer este tipo de construcciones o reservados en las pequeñas fincas de recreo que la emergente clase burguesa jerezana se iba construyendo en las afueras de la ciudad.
Su catalogación se asemeja a otras construcciones de importancia y esplendor en hierro como el Mercado de Abastos o la cubierta de andenes de la Estación de Ferrocarril. Construcciones que traducen hábitos hoy perdidos de relación entre ciudadanos, música, tertulias, paseos, a la vez que hicieron entrar el hierro en la ciudad e influenciaron otras construcciones. A grosso modo son construcciones sobre zócalo elevados de diferentes materiales y forma, con una cubierta de tornavoz sobre columnillas, todo ello con una decoración basadas en las formas más surgentes del nuevo arte del XIX, y que representan la aportación más importante a los jardines del XIX y XX.
Unos jardines que ahora imagino de ensueño y donde el tiempo emanaba placenteramente para quienes disfrutaban de sus encantos. Ahora, la histórica Alameda Vieja (conocida en otros tiempos como Alameda Fortún de Torres) acoge un templete que dará cabida a enamorados, nostálgicos y turístas. Un espacio ideal para las puestas de sol y que ofrece una fotografía idílica y privilegiada de la ciudad. Una nueva Atalaya desde la que observar al Jerez actual, sumergirte a su vez en el pasado y atisbar no sin ciertas dosis de bisoñez lo que fue Jerez en los albores de 1.903. Un monumento que recomiendo encarecidamente visitar.
1 comentario:
Es muy bonito... cuando yo era un niño bueno, recé allí una vez con la comunidad de la Asunción...
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